En cierta ocasión un joven quería entrar en un monasterio
donde se atendía a las personas más pobres del país.
Al llegar, el joven habló con el maestro
mostrándole su gran amor por los pobres,
su gran deseo de ayudarles
y su voluntad de dedicarse a ellos con todas sus energías.
El maestro, después de escucharle, le preguntó:
- ¿Darías a uno de los más pobres de este lugar
dos monedas de oro de tu bolsillo?
- Por supuesto - respondió el joven - no dudaría
si las tuviera.
El maestro continuó preguntando:
- ¿Darías dos monedas de plata
si las necesitara el más pobre de este lugar?
- Por supuesto - respondió de nuevo el joven-
también se las daría si las tuviera.
Y el maestro volvió a preguntar:
- ¿Y darías dos monedas de cobre
al más pobre si las necesitara?
- El joven respondió: ¡Maestro, no podría,
porque tengo dos en el bolsillo
y si se las doy yo me quedaría sin nada!
El maestro sonrió, se dio la vuelta,
alzó la mirada al alto y guiñó un ojo,
feliz por no necesitar esas dos monedas
que le hubieran negado.